Olga Orozco

¿LA PRUEBA ES EL SILENCIO?

Con un costado vuelto hacia este mundo,

solamente un costado, expuesto día y noche a la depredación y a las mareas,

y el resto sumergido no sé dónde, a tientas y a temblor,

espero desde tu sombra en blanco una señal.

He oído el confuso parloteo de bocas invisibles en el bosque nocturno,

y hay alguien que me sigue paso a paso

y es puro esplandor y es sólo rágafa cuando yo lo persigo;

a veces una lágrima cae sobre mi mano,

helada, desde nadie,

lo mismo que la llama del aliendo que de repente corre por mi cara.

Pero esas no son pruebas.

Ni siquiera evidencias de que los muertos vuelvan.

¿No son más bien los vínculos que fragua la nostalgia,

así como la oscuridad convoca siempre un campo de amapolas detrás de la pared

y cada luna llena busca por los canales los espejos trizados del amor?

¿Y ahora por qué vienen estas frases arrancadas de cuajo

y todos estos cielos desfondados y rotos?

Yo no te reclamaba emanaciones de las dichas perdidas,

fantasmas que se rehacen a partir de un perfume, a partir de un sollozo,

y que son los demonios de mi negación.

Pero desde el costado que se desprende y huye con su bolsa de huesos

hasta el otro, el oculto, el increíble,

el que acaso aletea contra la semejanza en medio de la mayor oscuridad,

yo te pido un milagro, tan leve,

tan fugaz como el humo que un sueño deposita debajo de la almohada.

No, yo no necesito un testimonio de tu exacta, entreabierta existencia,

sino una prueba apenas de la mía.

Ah, señor, tu silencio me aturde igual que la corneta del cazador perdido

entre las nubes.

¿O estará en el castigo, en el Jordán amargo que pasa por mi boca,

tu respuesta,

la voz con que me nombras?


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© Olga Orozco